domingo, 11 de marzo de 2012

Compartimos un texto de "El campo Deseado y su gente"

Memorias con nombre y apellido

Entre los años 1961 y 1964 acompañé en varias ocasiones a mi padre, Santiago Santos,  en su recorrida por estancias de la zona, como él era abastecedor de carnes, compraba en estas giras ovinos que  luego faenaría diariamente en su matadero para abastecer  a las carnicerías locales.
Se comenzaba en Noviembre, cuando empiezan las esquilas, allí los ganaderos aprovechan para sacar algunos capones, porque son viejos, porque tienen que aliviar el campo porque ha llovido poco, o para recaudar y hacer frente a los gastos de estos trabajos; por eso seguíamos las comparsas de esquila en las distintas estancias revisando los lotes a la venta. Luego de las esquilas, que terminaban en Enero, se seguía recorriendo las estancias, ya que algunos sacaban hacienda en alguna pelada de ojos, un baño o por la sequía. 
A partir de 1965, cuando él fallece, los hijos acompañados por mi tío Bernardo empezamos a realizar ese trabajo, por lo que me ha tocado recorrer muchas estancias, conocer a los dueños, los encargados, los peones, los que trabajaban por día, y en las comparsas, a los dueños, encargados y por supuesto a todos los cocineros de esquiladores, que generalmente son personajes especiales, cada uno con su carácter, pero siempre cordiales, y como  a nosotros nos veían muy seguido seguramente nos hacían pedidos de algo que necesitaban del pueblo.
Nuestra gira de compras comenzaba en Octubre, visitando a Jesús “El Negro” Nicolay, comprando los corderos para el día de la Madre.
En noviembre, cuando la máquina de esquila de la Cooperativa de Cabo Blanco iniciaba sus labores en El Pajonal, que era en ese entonces de la familia Ramírez, allí estábamos al pié de las manijas observando la hacienda que luego pasaríamos por la manga en el  corral.
De allí a Estancia San Ramón de Florencia Fon, donde nos recibía don Mateo Crucich y más adelante Nastro  Carilli. El encargado fue por muchos años Ceferino García y junto con su familia nos hacían sentir como en nuestra casa y recuerdo especialmente los exquisitos postres de doña María Pross de García.
De allí la comparsa se trasladaba a Estancia La Estrella, fundada por don Valentín Roquefoulle y administrada por su yerno el agrimensor Roberto Sahade, con cuya hija fuimos compañeros de primaria. Este establecimiento ganadero tiene importantes manantiales y don Valentín  Roquefoulle  construyó una turbina que generaba electricidad y que estaba cercana a la casa de los peones. También eran famosas las quintas por sus frutales y sobre todo por los extensos  frutillares.
Y así seguíamos recorriendo casi todas las estancias de la zona, donde no solo realizaba trabajos de esquila la Cooperativa de Cabo Blanco,  había  otras comparsas,  como las de Juan Glessener, “Chiquín” Marsicano, el “pelado” Lemke, el “Pampeano” Rojas, Martínez de Jaramillo y  los hermanos Aguilar de Puerto Deseado, que con esfuerzo y dedicación aún siguen recorriendo los establecimientos ganaderos.


Cada año eran muchas las estancias visitadas, entre ellas: El Pajonal de la familia Ramírez, San Ramón de Florencia Fon, La Estrella de Roberto Sahade, Las Violetas de Baldomero Lallana, La Aguada de Alejandro Manildo, Cerro Redondo de Suc. Berta Dujón de Burlotti,  El Chara de Enrique Julio Rodríguez, La Pluma de los hermanos Ribaya, Los Álamos de la familia Peláez (nunca olvidaré las meriendas con sándwiches de jamón crudo casero que aquí nos ofrecían), La Perilla de Alberto Calvo, La Buenos Aires de los hermanos Fernández, Campamento Real de Osvaldo Luna, estancia que tomó el nombre de un antiguo asentamiento aborigen del cacique Real o Rial que había existido allí antiguamente, La Armonía de Arturo Suárez, La Maruja de María Elvira Pedemonte, La Elvira de Pedemonte, Los Eucaliptos de la familia Glesener, La Aguada a Pique de Alberto Quintanal, Floradora de Guillermo Bain, Las Margaritas de la familia González, Fortitudo de Juan Jamieson, El Palenque de Andrés Gutiérrez, Cañadón del Rancho de José Estévez, Monte Verde de Pedro Kelly, San Marcos de Marcos Turcato, Frida de los hermanos Walker, La Pedrera de los hermanos Mac Ivor,  La Dorita de Celestino Fernández, El Pirámide de Máximo Díaz, El Bagual de Coco Díaz, La Angelita de Arturo Álvarez y Ángel Hevia, La Paloma y San Miguel de Alberto Ferreiro, La Covadonga de la familia Pérez,  Las Martinetas de Joaquín Fernández, Tipperary de Angus Bain,  La Aguada Grande de la familia Dürr, El Nahuel de Máximo Dürr,  La Trabajosa de la familia Kunlhe, La Escondida de la Suc. Julián  Álvarez, El Cuadro de Alberto Feijoó, Las Piedras de Suc. Hortensia Fernández, El Cóndor de José Mon,  El Moscoso de Baldomero Cimadevilla, La Julia de Nito Cimadevilla, San Juan de Juan Dufourg, La Aguada del Loro de Antonio Roscic, Tres Fontanas de Alejandro Galiment (como esta estancia está cercana a Deseado, mi padre  nos llevaba desde  muy chicos y era especial ir por la quinta de alfalfa hasta el manantial para tomar agua en un jarrito), El Arbolito de Zudaire, El Triunfo de Oscar Feijoó, María Clotilde de Mariano López, Dos Hermanos de Ignacio P. Fernández, El Sacrificio de Baldomero Vivar,  Piedra Negra de José Peláez, El Meridiano de Carlos Peláez,  Roca Blanca de hermanos Peláez, Bajo Grande de Felipe Vázquez, Bajo Pantano de Rufino Álvarez,  El Amanecer de Ojeda, El Caburé de hermanas Jammet, La Rosada de Arturo Cadario, Aguada del Japonés de Diego Nache, Tres Puntas de Suc. Pedro Fasioli, La Aurora de Rafael Wilson, Cerro Pancho de la familia Piccininni, La Golondrina de Olaf Fjell, La Leona de Pasarón,  Laguna Manantiales de Aniceto Naves, La Isabel de hermanos Martínez Mallada, Cerro Horqueta de Suc. Pedro García, Laguna Chica de Suc. Ángel Aguirre, Pirámides de Pablo Cicelli, Tres Cerros de familia Insúa, La Mancha Blanca de Santos Muruzabal, 8 de Julio de hermanos Muruzabal, Los Álamos de Ernesto Venditti, La Chaira de Alejandro Tirachini, Cerro Mojón de Norberto Jolly, La Enrriette de Pedro Jolly,  Cerro Moro de hermanos Camps, El Mosquito de familia Gómez, La Herradura de Miguel Iriarte, La Madrugada de Enrique García Jaunsarás, El Polvorín de Héctor Núñez al que le gustaba el té bien negro y dulce, por eso ponía en la taza dos saquitos y cinco cucharadas de azúcar,  La Central de Oscar González, La 36 de Emilio Fuentes, La Piperona de Suc. Ramón Álvarez,  La Porteña de Noriega, Santa Elena de David Bain, La Lechuza de la viuda de Ribaya, La Leona de Pasarón, El Palenque de Jacqueline  de Muruzabal, La Pingüin de Rómulo Fernández, El Negro de Pedro Jenkins, la  San Jorge  de Miguel Zeravica,  La Negrita   de Alfonso Ramos, La Rufina  de Tiburcio Apesteguía,  La Pava  de Martínez Ramos,  El Zorro de Guillermo Halliday, Chimen Aike de Manuel García, La Juanita de Julián Baztán, El Triunfo de Suc. Alberto Baztán y Santa María y La Argentina de Gumersindo González Díaz.
De las estancias de Julián Baztán y Gumersindo González Díaz se traía la hacienda en arreo hasta Las Heras, allí era embarcada en vagones del ferrocarril y transportada a Puerto Deseado. Para los hermanos menores era una fiesta acompañar el arreo desde el desembarcadero del ferrocarril hasta el potrero cercano al matadero.
Son innumerables las anécdotas a través de los años, pero ha llamado mi atención una relacionada con avestruces. Cuentan que cada macho tiene aproximadamente 8 hembras en su harem y estas ponen aproximadamente  8 huevos cada una en el nido que empollará el macho. Si el macho es joven, enterrará un huevo en el fondo del nido, que sacará al nacer los pichones, lo romperá y al podrirse se llenará de moscas, las que comerán los charitos en los primeros días. Si el macho es adulto enterrará dos o tres huevos, lo que le ayudará a criar un número mayor. Teniendo en cuenta  esto, al ver un avestruz podremos saber si es joven o viejo por la cantidad de charitos que está criando.
Y otra respecto a caballos: me contó Pedrito Bertón que él compraba baguales en la zona de San Julián y los traía a un potrero del campo de la estancia  La Castora de Celestino Suárez que da contra el Río Deseado. Allí él hacía un campamento y se dedicaba al amanse de esos caballos, pero a pesar de la gran cantidad  que habían pasado por sus manos, decía que sólo unos pocos eran realmente buenos en todos los aspectos, algunos no tenían buen trote, o galope, otros asustadizos, o se cansaban fácilmente,  o les costaba responder a la rienda, que era muy difícil encontrar un caballo bueno, que de los que él había tenido, le sobraban los dedos de una mano para contarlos.
Y entre las cosas poco comunes que me ha tocado comer, recuerdo en Estancia El Zorro de Guillermo Halliday, comimos avestruces rellenas con papas y cocinadas con piedras calentadas previamente en un fogón  sin sacarle las plumas: sólo se le sacaban los huesos de las patas. Cuando los cocineros, paisanos de una colonia aborigen de la zona, estimaron que ya estaban cocidas, se las colocó con la parte de las patas hacia arriba y al cortárselas, quedó como una olla humeante de la que primero nos servimos una sopa con mucho ají molido, orégano y papas,  luego cortándola desde el interior de esa olla se fueron sirviendo los trozos de carne. 
Muchas de estas estancias han cambiado de dueño. Yo las nombro con el nombre y el dueño de la época en que las recorríamos comprando hacienda que luego faenábamos en nuestro matadero para abastecer a la localidad, y eso ocurrió hasta 1976.


Carlos Roberto Santos

2 comentarios:

  1. Recuedan tal vez a Juán Mayo Caamaño que vivio en Puerto Deseado hasta su muerte en el 1967-69?

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  2. Recuedan tal vez a Juán Mayo Caamaño que vivio en Puerto Deseado hasta su muerte en el 1967-69?

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